viernes, 11 de febrero de 2011

Egipto: una metáfora maliciosa

Desde que empezaron las algaradas en El Cairo y otras ciudades de Egipto, los periodistas han llenado las páginas de titulares en los que las palabras “democracia”, “revolución” , “pueblo”  y “libertad”  se repiten hasta la náusea. Esta gente no se quiere enterar de lo que pasa o son más tontos que Abundio, o nos toman a nosotros por esto último (lo que no debe de andar muy lejos de la realidad, a tenor del tono de los cometarios que escriben los lectores de los periódicos).
En primer lugar, a la mayoría de los súbditos egipcios la palabra “democracia” les produce risa, desprecio o una irritación incontenible. Estas personas están en el estadio del pensamiento religioso, en términos de Piaget , su criterio moral está en la etapa del respeto unilateral; por lo tanto, no pueden comprender el respeto mutuo, pilar esencial del sistema democrático. Lo que les ha lanzado a la calle no es la defensa de la racionalidad de los principios democráticos, sino el impulso visceral de seguir las consignas de unos líderes religiosos, que no pretenden instaurar un sistema democrático, sino derribar una dictadura corrupta de carácter insuficientemente religiosa para instaurar una tiranía teocrática aún más dictatorial, porque se apoya  en los bajos instintos de un sector importante de la población, y aún más corrupta, porque todo será corrupción, como aquí en tiempos de Franco.
En segundo lugar, llamar “revolución” a una revuelta de carácter retrógrado, es como llamar revolucionario al cura Merino  o a los otros frailucos que se enfrentaron a las tropas de Napoleón al grito de ¡vivan las caenas! Además, es impensable que la movilización de tantos miles de personas sea un estallido espontáneo; una reacción espontánea sería, por ejemplo, tirarse por un puente. Sacar a la calle a tantas personas requiere una organización fuerte y mucho tiempo de maduración. Se necesita un ejército de personas muy fanatizadas y dispuestas a obedecer órdenes sin dudar y a manipular a la gente masificada por la religión para coordinar las acciones y mantener la irritación en los momentos en que decaiga por propia inercia; eso solo lo tienen los fundamentalistas que  se mueven en la clandestinidad como pez en el agua.
En tercer lugar, creer que es el pueblo egipcio el que se ha lanzado a la calle para exigir libertad es utilizar la palabra “pueblo” en sentido muy restrictivo, puesto que hay un sector muy importante de la población, mujeres, niños y hombres inteligentes (de estos no muchos), que no aparece por ningún lado, porque están aterrorizados y escondidos en el último rincón de sus casas, y que lo único que desean es que esto se acabe pronto y que gane quien sea, que ellos ya se someterán a sus exigencias.  Y acabo con una mala leche impresionante al ver la palabra “libertad” relacionada con estos sucesos, porque supongo que se refieren de libertad de los oscurantistas para someter de forma legal a los seres humanos  que los principios religiosos inspiradores de la revuelta no incluyen en la categoría de personas.  Si defendieran la “libertad” en sentido amplio y sin discriminaciones ¿cómo es que no han empezado la revolución por Irán, o es que la población en este país es más libre que lo era en Egipto o en Túnez? Quienes así hablan de libertad me recuerdan a los curas que exigen “libertad de enseñanza en España”, o a los fanáticos que en el País Vasco exigen libertad para quemar autobuses y aterrorizar a sus vecinos.
Resumiendo, cuando se escribe que Egipto se ha lanzado a la calle, se está utilizando el nombre de todo el  país para referirse a un sector de la población; o sea, el todo por la parte, una metáfora que, en este caso, sirve para engañar y ocultar lo que pasa en realidad.