viernes, 10 de diciembre de 2010

Wikileaks

El tema Wikileaks es un ejemplo muy claro de engaño con la verdad: todo lo que se saca a la luz es verdad, sin embargo, en su conjunto es un enorme e infame engaño. Cuando en un IES moderno surge un conflicto, se recurre al equipo de mediación; este reune a los implicados y lo primero que se acuerda en la reunión es que nada de lo que allí se diga ha de salir de aquellas cuatro paredes; esto no es un capricho, sino la mejor forma de resolver un conflicto enconado. Solo a un malnacido se le ocurre hacer pública la información de lo tratado, porque le parezca morboso, para darse importancia o, mucho peor, por chantaje o dinero. Si esto es así en el ámbito de un instituto, ¿no es mucho más grave en el ámbito estatal? ¿Entonces a qué viene ese rasgarse las vestiduras ante la solicitud de procesamiento de quienes han traicionado los secretos de varios Estados?
Copio a continuación un editorial de EL PAÍS porque me parece de lo más estúpido y que va dirigido a los idiotas que él se imagina que somos.

ANÁLISIS: EL ACENTO

Cambio oro por 'pissarro'


Que al malvado Julian Assange le mandaran al chabolo por poner en gravísimo peligro la paz mundial era una falacia cuya lógica política todavía podía tener un pase: la razón de Estado primero y cuchufletas por el estilo... Pero que manden al trullo al tipo que -además de otras miles de perlas (perlas que algunos sabihondos llaman chascarrillos)- nos ha permitido conocer el caso Odyssey / Pissarro... es una ignominia. El caso Odyssey / Pissarro viene a ser la reedición de los viejos sucedidos de patio de colegio: yo le convenzo a Pepito de que te dé a ti el cromo que te falta, aunque le fastidie, si tú consigues que Carmencita me dé un beso. El caso es que, gracias al tsunami Wikileaks, nos hemos enterado de lo que, si no fuera verdad, ay, sería el "chascarrillo" perfecto. Pero es verdad. El Departamento de Estado de Estados Unidos presionó al Gobierno español, a través de su embajada en Madrid, para que la Fundación Thyssen-Bornemisza devolviera a sus legítimos propietarios, la familia Cassirer, la pintura Rue Saint-Honoré après-midi, ejecutada en 1897 por Camille Pissarro. ¿Gratis? Ja, ja.
      Washington ya había hecho saber a las anteriores ministras de Cultura, Pilar del Castillo y Carmen Calvo, su deseo de que los Cassirer, estadounidenses de origen judío, recuperaran el cuadro. Normal: los nazis se lo habían expoliado a Lily Cassirer de su casa de Munich y el cuadro fue finalmente adquirido por el barón Thyssen en 1975. La reivindicación parecía lógica. Pero en puridad no era una petición diplomática, sino una oferta de trueque. Lo que el embajador Eduardo Aguirre planteó en junio de 2008 a César Antonio Molina era sencillo: presionar a la empresa cazatesoros Odyssey para que devolviera a España las 500.000 monedas de plata de La Mercedes, galeón español hundido por la flota británica en 1804 en el Algarve.

      Molina hizo ver educadamente al embajador que el Gobierno no podía hacer nada si no había una sentencia judicial. Y ahí acabó -de momento- la intentona diplomática del yo te doy si tú me das. Moraleja: No existe la palabra gratis en los mares de la alta política, y mucho menos en los de la diplomacia cuartelera de guante blanco.

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